Editor
La Bella se deslizaba, casi volando sobre la pista de hielo, con gracia, entre tazas y tenedores vivientes, casi angelical, en armonía con las luces y la música clásica, muy Disney, quizás empalagosamente Disney, de no ser porque la perspectiva le cambia a cualquiera si al lado está la sobrinita de tres años y medio, con ojos chispeantes, hechizada.
-Yo quiero hacer un “show” -me dijo Camilla, con ese tono inocente y soñador, el “cuando sea grande” que todos tuvimos alguna vez. Bombero, policía, vaquero o futbolista. Bailarina, enfermera o aeromoza. “De princesa” -añadió casi de inmediato-. Unos cuantos segundos después sugirió para mí otro personaje, también de la Bella y la Bestia. “Tú puedes ser la candela”, comentó, imagino que muy bien intencionada, refiriéndose al parlanchín Candelabro del cuento que entonces también patinaba.
-¡Ciclista!- dirá hoy más de un niño, inspirado por otro tipo de magia, la historia de héroes de carne y hueso, como Andrey Amador. No usa trajes con escarcha, ni es presentado por Mickey y Minie, pero igual ilusiona a pequeños. El deporte necesita héroes.
También necesita espectáculo, una palabra que Don King debe saberse en inglés, en español, en chino. A nadie le recomiendo su peinado, menos su reputación, pero no hay quien le niegue su magia para hacer el “show”. Si mañana hay vida en Marte, allá llevaría una velada, con hermosas marcianitas entre rounds.
Ojalá el campeonato nacional de fútbol tenga un poco de lo uno y de lo otro. La magia se inicia en ofensivas propuestas de juego (el ‘Machillo’, Guimaraes y colegas tienen la palabra). Los héroes llegan por añadidura. El espectáculo sobrevive si puedo sentarme despreocupado en las gradas con un niño. Agito la varita mágica. ¡Que no debamos convertir las canchas en pistas con Princesas sobre hielo!
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