Volverán vestidos de colores, alegres, bulliciosos, cantando.
De repente, como sacados de un cuento, aparecerán en el cielo, dibujando estelas en medio de un carnaval de plumas y revoloteo multicolor nunca antes visto.
Contentos, picoteando todo lo que se les ponga por delante, se confundirán felices entre una gran variedad de frutillas maduras y flores que caen, como cabelleras perfumadas de las ramas más altas de árboles frondosos.
La algarabía de esta legión de pájaros, también de mariposas, prendidos de gigantescos árboles, muchos nunca antes vistos en San José, serán muy pronto el paisaje permanente del Parque Metropolitano La Sabana, el cual se convertirá en un bosque urbano.
Aunque lo llaman el “pulmón de San José”, estas 64 hectáreas, con 6.498 árboles exóticos, la mayoría eucaliptos viejos y enfermos, condenados a una irremediable muerte, es en realidad un desierto desolador para las aves y otras especies. Aquí no encuentran comida ni sitios adecuados para anidar y reproducirse.
“Es como si lo invitaran a una casa donde no hay ni dónde dormir ni qué comer... es horrible”, afirma Randall García, director de Conservación del Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio), entidad que junto con el Scotiabank y varias instituciones estatales, entre ellas el Minaet y la Compañía Nacional de Fuerza y Luz (CNFL), se propone cambiar radicalmente La Sabana.
Árboles nativos
La mayoría de los eucaliptos serán talados y en su lugar sembrarán 5.000 especies locales, entre ellas ceibos, guarumos, espabeles, ronrones, guachipelines, guayacanes, robles de sabana, cedros amargos, lenguas de vaca y cristóbales. “Habrá flores y frutos en abundancia. Vendrán aves nunca antes vistas aquí”, exclama un emocionado García.
Se trata de cientos de pájaros que en la actualidad sobreviven en sitios cercanos como el cañón del Virilla y los Cerros de Escazú, añadió. La Sabana será casa permanente para yigüirros, tucanes, oropéndolas, piapias, carpinteros, sangres de cristo y pechos amarillos, entre muchos otros.
Artesano aprovecha ramas
José Mario Cantillo Rodríguez, de 61 años, se emociona cada vez que oye una rama de eucalipto caer en La Sabana. Son materia prima, gratis y resistente, que utiliza a menudo para construir muebles y diversas artesanías
Este hombre, un aventurero de la vida, según dice, ha sido desde recolector de café hasta albañil, iluminador (foco en mano) de cines, misceláneo y guardia civil. Desde hace nueve años es el encargado de uno de los baños del Parque Metropolitano La Sabana, el cual mantiene “oliendo rico y brillante”.
Aprovecha sus ratos libres, escasos, según dice, para construir desde mesas hasta pequeñas casas y espadas de madera, las cuales vende ocasionalmente a los visitantes. “Me han robado varias cosas, pero sigo en esto porque lo disfruto. Junto los palitos hasta formar algo bonito y eso vale la pena”, exclamó.
Están viejos y enfermos
Casi cuatro décadas después, están viejos y gravemente enfermos.
Los árboles que vimos crecer juntos, a principios de la década de los 70, eucaliptos y pinos, desaparecerán muy pronto del Parque Metropolitano La Sabana, San José.
Muchos están enfermos, agonizantes, según los expertos, y definitivamente tienen sus días contados.
Pero no es el fin ni un golpe al medio ambiente. En su lugar germinarán otros que buscarán el cielo y las estrellas para deleite de nuestros hijos y nietos, quienes verán flores y frutos nuevos.
Los primeros árboles nativos, desde ronrones hasta ceibos y quiebra hachas, entre otros, fueron sembrados el jueves anterior y 5.000 más esperan su turno en los viveros.
Según el Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio), los eucaliptos de La Sabana ya cumplieron “su vida útil” (no más de 25 años para ser cortados) y muchos se están cayendo a pedazos, lo que representa un peligro para visitantes.
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