De hoy

Álvaro Sáenz Zúñiga

Presbítero / asaenz@liturgo.org

Jesucristo quiere que aprendamos a manejar nuestros asuntos. No nos limita, nos quiere libres, creciendo y ayudando a otros a ser mejores. Jesús aconseja “poner la otra mejilla”. Con ello romperemos cadenas de agresión, refrenaremos el deseo de venganza. El creyente no debe tomar la justicia por su propia mano, al contrario, debe tender la mano al que lo necesita. Él nos quiere responsables, abriendo el corazón al hermano y ser su espejo para que aprenda la justicia. Cristo me propone la corrección fraterna.

Sí, el Señor nos autoriza a corregir a nuestro hermano, precisamente porque nos ha dicho: “ámense los unos a los otros”. El amor modela y ayuda a mejorar nuestra relaciones personales. Yo podría preguntar: “¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”, pero la respuesta será: “Sí, lo eres”. Eres guardián de tu hermano, sea cónyuge, amigo, hijo, padre o madre, incluso si es tu enemigo, por el amor que debes tenerle, debes permitirle corregirse y ser mejor, crecer en fe y justicia.

El método de Jesús es riguroso. No debemos criticar por ahí al hermano que falla. Más bien debo atraerle y hablarle en privado. Debo ser firme, pero paciente y comprensivo, en la de menos cambia de actitud. Si no me hace caso, si no escucha ni se corrige, buscaré dos amigos que me apoyen: “¡a dos puyas...!”. La corrección adquiere cierto carácter público, pero no del todo. Y si todavía no lo logro, entonces acudiré a la Iglesia, a la comunidad, con la esperanza de que por fin se corrija. Si no fuera así, vendrá una de las acciones más tristes de la vida de la Iglesia: la excomunión. El hermano se habrá excluido a sí mismo de la comunidad.

Que el Señor nos enseñe a asumir la corrección al hermano con firme suavidad. Que rechacemos la corrupción, la violencia, la agresión, pero ayudemos al hermano acudiendo con amor a dar una respuesta firme y clara a aquel que tanto la necesita. Feliz domingo, día del Señor.