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Domingo 4 de septiembre de 2011, San José, Costa Rica

Editorial

Salvar raíces y tradiciones

Redacción

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Sesenta santos llegaron al centro del pueblo. Entre bombetas y cimarronas se juntan en el cantón número 2 de la provincia de Alajuela cada 365 días desde hace 160 años para saludar al patrón San Ramón Nonato.

Horas después el Caribe despierta en una fiesta que repasa los aportes de la cultura afrocaribeña al resto del país, que se traducen en el sabor de sus comidas, en los colores de su ropa, en la sonoridad de sus palabras y canciones, en una historia que se tejió entre rieles, banano, cacao y nostalgias de tierras lejanas.

Y así, vaya usted a cada comunidad, a cada pueblito perdido o cercano y asómbrese de sus costumbres, tradiciones, leyendas y espantajos.

En resumen, los pueblos hablan de sus raíces, las festejan, las heredan a las nuevas generaciones y sobre todo advierten a los tiempos de los megabytes y de globalización, que tener voz propia cuenta, distingue, identifica, marca huella.

En una Costa Rica que a veces parece que se nos va de las manos, que no reconocemos ya, en términos de violencia y de sábanas anónimas en las calles, que se nos pierde en la generalidad de marcas y franquicias, esa voz de terruño, que huele a fogón, a “gallito de tortillas palmeadas”, a café chorreado y nuestro, nos hace sentir de nuevo en casa, en la patria reconocida y amada.

Y es que la modernidad todo lo absorbe y lo arranca, pero esa voz antigua de la tradición nunca se cansa y nos recuerda que alguna vez fuimos todos del mismo barrio, correteamos las mismas calles y nacimos de un tronco común.

Por eso es que al “parara-pachín” de la fanfarria, todos pegamos un grito y la sonrisa salta.

Por eso es que los “Santicos” reúnen a multitudes sin preguntar sin peinan canas, en Puntarenas se sube la virgen carmelita a una lancha y en el Caribe “La Negrita” cartaga se trepa a una carroza entre “rice and beans”, canastas de “patí” y de “platintá”. En Guanacaste, los más viejos todavía chapean y muelen y tallan marimbas y guitarras... Y así, en cada rincón esta Costa Rica tan única y tan variada.

Benditas raíces que nos amarran a la tierra y evitan que en el ventolero de lo nuevo y lo desconocido, perdamos el rumbo y volemos como hojas perdidas sin rostro y sin tiempo.

Benditas raíces que nos marcan la huella, antes descalza, ahora letrada y moderna, pero nuestra, siempre muy nuestra.

Gracias a los abuelos que nos regalan la memoria en sus anécdotas y cuentos. Gracias a quienes se resisten a cambiar y rescatan lo poco de lo bueno ante lo mucho de lo extraño y de lo ajeno.

Gracias a la gente por salir a las calles entre los payasos, los caballos de tope y los rezos, porque eso nos da identidad, sentido de orgullo y amor por lo nuestro.

Que no se mueran olvidadas, que entre todos, niños, jóvenes y viejos, las rescatemos empolvadas y las estrenemos en el centro de la plaza.

Es tiempo de sentir palpitar el corazón de ser únicos, de ser nosotros, en un mes que se dedica a la patria, que además de banderas y escudos y faroles y marchas, debe sentirse fluir el sentido de ser costarricenses los mismos de “piso e’ tierra” y de alas grandes, libres y blancas.