Nacionales
Domingo 1 de abril de 2012, Costa Rica

Hugo Araya: un Artista único en su oficio

El buen sanador de santos y pasitos

Nicolás Aguilar R.

naguilar@aldia.co.cr

Este hombre de aspecto sencillo, pero hablantín cuando toma confianza, trabajó durante casi 40 años para “sobrevivir”, pero sentía que algo le faltaba.

Lo acepta con la serenidad que dan los años: no era feliz.

Su verdadera vocación estuvo aprisionada en su pecho por muchos años hasta que pudo liberarse y volar.

Hugo Araya Fernández, de 71 años, vive rodeado de santos; de santos de todos los tamaños, materiales y colores.

También de pasitos y adornos de pared (de yeso o de madera), pero todos antiguos que la gente le lleva para que los repare. Algunos no vuelven.

Con él permanecen sus perros Frodo y Saskia, que lo siguen de un sitio de la casa a otro moviendo la cola, pero sin molestar. “Son como mis hijos”, exclama mirándolos con cariño de padre.

Araya prefiere andar por la vida calladamente. “No me gusta la publicidad; le cuento que solo me han entrevistado una vez”, sostiene esbozando una sonrisa.

Este artista es un experimentado restaurador de imágenes sacras, oficio que nadie le enseñó. Lo traía en sus venas. Es un don que Dios le dio; no tiene dudas.

“Siempre me gustó, pero la gente decía que ese trabajo no era bien pagado; que me moriría de hambre. Sabía que servía para eso. A los 15 años le restauré un Corazón de Jesús a mi mamá. Ella no quería que se lo tocara, pero me quedó bien”, recuerda.

Décadas en otros oficios

Araya tuvo que esperar más de tes décadas para dedicarse, a tiempo completo y sin la desaprobación de nadie, a lo que hoy considera la razón de ser de su vida y su realización como ser humano.

Estoy frente a un restaurador; un artista poco común, una especie en vías de extinción porque su oficio no lo enseñan en escuelas ni en las universidades.

“Empecé a estudiar francés. Quería ser profesor y hasta di clases, pero me gustaba más el dibujo”, afirma sin dejar de mirar una imagen de Jesús Resucitado, hecha en yeso y en la que trabaja desde hace días. Debe entregarla esta semana a la iglesia de Lourdes de Montes de Oca, San José.

Su periplo por la vida lo llevó, más por sobrevivir que por otra cosa, al Instituto Desarrollo Agrario (IDA), donde dibujaba de todo. Pero nunca se sintió feliz. “Cuando se vino lo de la movilidad laboral, me anoté y me fui. Me puse un negocio de cerámica y porcelana, pero no funcionó. Un día me trajeron un pasito de madera para restaurarlo. Económicamente no es un buen negocio, pero no me arrepiento”.

Y me invita recorrer su casa, tan antigua como la mayoría de sus pasitos y esculturas de santos de ropas vistosas y alegres.

“Yo nací aquí; era (la casa) de mis padres”, dice mientras señala el dibujo a lápiz de su mamá.

Cerca está el de su padre “ya viejo”, así como tejidos que cuelgan de la pared. “Yo tejí la Mona Lisa. Me llevó más de seis meses”, añade orgulloso.

Por sus manos han pasado imágenes de Jesús, de Marías, de incontables santos. También pasitos de todos los tamaños, condenados a desaparecer pero que recobran “vida” en sus diestras y pacientes manos de artista y alfarero. “Me han traído de todo, hasta un Jesús de madera, precioso, al que agarraron a machetazos porque la familia se hizo cristiana. También imágenes que seguro han usado en santerías”.