¿Le gustaría viajar al pasado, unos 14 millones de años atrás, sin el peligro de ser devorado por alguna bestia gigante?
Bueno, para hacer realidad esta aventura no se necesita una “máquina del tiempo”; tampoco magia. Solo debe tener un poco de valor y atreverse a dar ese primer paso hacia lo desconocido.
Cruzar una boca de piedra que se abre, de pronto, al pie de un cerro al que se llega bajando por una pendiente rodeada de zonas verdes y montaña, en una finca del distrito Venado, en el cantón de San Carlos, Alajuela.
Aquí se encuentran las llamadas cavernas de Venado, una extensa y antigua cavidad rocosa que permite viajar, sin mucho esfuerzo ni mayor peligro, a las entrañas de la tierra para descubrir un mundo desconocido y mucho más que sorprendente.
El rumor de un río serpenteando entre rocas milenarias es la constante de este inusual viaje.
De pronto, la luz de los focos deja al descubierto un mundo subterráneo, oculto a la vista humana durante millones de años.
Descubierta por un cazador
Las cuevas de Venado fueron descubiertas, por casualidad, a mediados de diciembre de 1962 por un cazador de la zona llamado Lael Herrera. Sus perros perseguían una presa y de pronto dieron con lo que parecía ser una “enorme boca” abierta en la montaña de piedra.
El túnel era oscuro, tenebroso, y nadie osó entrar. Para algunos, era la guarida perfecta de espíritus que no debían ser jamás despertados de su milenario sueño.
“Hoy sabemos que tiene más de 2.800 metros de extensión y más de 14 millones de años de antigüedad”, cuenta Jhonny Castillo, trabajador de la familia Solís, dueña de esta finca en Venado.
Este hombre conoce cada rincón de las cavernas y se emociona contando detalles.
“Las paredes están cubiertas con diversas formaciones de carbonato de calcio y hay varias especies vivientes, algunas únicas en su clase”, añade mientras prepara lámparas, cascos y botas para ingresar a las cavernas.
Crece vida en la oscuridad
La oscuridad es total. Las sombras son el hogar de cinco variedades de murciélagos, arañas y gran cantidad de grillos. También es posible observar peces.
En ocasiones las cavernas han servido de segura madriguera para pumas, coyotes y venados.
Quienes han osado entrar solo aseguran haber escuchado voces “como de gente hablando, pero uno los busca donde parecen reunirse y no se les puede ver”, reconoce Castillo.
Las cavernas son muy seguras y los recorridos guiados por hombres previamente entrenados.
Se toman todas las previsiones del caso para evitar accidentes. Nadie ingresa sin casco ni su lámpara. Hasta ahora no ha sucedido nada a ninguno de sus miles de visitantes, añade el avezado guía.
Salidas de emergencia
Hay 10 “salas” para visitar, aunque las cinco últimas son para visitantes con más destreza. A lo largo del trayecto, que puede dilatar más de dos horas, se observan rótulos indicando la salida.
“Tenemos salidas de emergencia para cualquier eventualidad”, insiste Castillo, quien recuerda que, de acuerdo con estudios geológicos, las cavernas se formaron hace millones de años.
Aunque la erosión es constante por el paso del río y las paredes frágiles, no se han registrado derrumbes en ninguna de las salas.
Las estalactitas están por todas partes, pero la atracción principal es una de tres metros de alto cuya formación, precisan los científicos, lleva más de seis millones de años.
Este es el caso de “La Papaya”, una formación a la que se llega tras recorrer un angosto canal, húmedo y rocoso.
Para sorpresa de muchos visitantes, también abundan los fósiles, algunos inusuales y sorprendentes, especialmente los de conchas y otras especies marinas, entre ellas tortugas.
Años atrás encontraron el diente de un megalodon , un tiburón gigante ya extinto, considerado como uno de los mayores y más poderosos depredadores en la historia de los vertebrados.