Diversos comentarios se han publicado en estos días sobre el proceso del seleccionado nacional, bajo el mando de La Volpe, primero, y ahora de Jorge Luis Pinto. Se sigue insistiendo en ellos sobre el tiempo empleado en este proceso y sobre el número de jugadores que han pasado por este filtro. Aun el presidente de la Fedefutbol, Eduardo Li, dijo que ya es hora de tener una base. Al parecer, se olvida lo que es un proceso, el cual exige el paso del tiempo, la prueba de muchos jugadores y la realización del mayor número posible de partidos. El seleccionado, por lo tanto, no se ha de juzgar por sus altibajos en el ranquin de FIFA y Concacaf. En este punto se incurre en una falacia: ni los partidos ni los jugadores convocados ni los rivales son comparables. De aquí la dificultad en emitir criterios definitivos. El partido contra España no se puede echar en el mismo saco que ante Cuba y Panamá.
Resulta, por ello, más objetivo comparar los partidos en sí y de cara a nuestros próximos rivales. Desde este punto de vista, pareciera que una conclusión digna de mérito consiste en repasar los partidos contra Panamá, Cuba, El Salvador y Honduras, y además en valorar fríamente nuestros puntos flacos. Nuestros seleccionados se desenvuelven más cómodamente contra equipos “que dejan jugar” y se complican contra rivales fuertes físicamente, veloces y que presionan en media cancha. La historia nos proporciona abundantes lecciones. Algunas son recientes.
¿Cómo hacer para salir airosos frente a seleccionados fuertes físicamente, veloces y que presionan? Esta es la cuestión. De poco sirve preocuparnos por la ubicación en el ranquin mundial. Lo que importa, sobre todo, en estos momentos, es medir el potencial objetivo de nuestros rivales y contar con los jugadores y la táctica más apropiada para salir adelante. Dura tarea en un escenario diverso.
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