Domingo 13 de mayo de 2012, Costa Rica

Doctor

Rodolfo Hernández

Patricia Recio

arecio@aldia.co.cr

Aunque en un inicio pensó que su vocación iba a ser la de sanar almas, su vida dio un viraje y terminó siendo un sanador de cuerpos.

Así es como describe el actual director del Hospital Nacional de Niños, Rodolfo Hernández su amor por la medicina y en especial la pediatría.

“El que es pediatra y nunca ha llorado no es pediatra”, dijo sobre la sensibilidad ante los casos de niños agredidos o accidentados que a diario ve.

Contó que por mucho tiempo pensó que su destino en medio de una ciudad de Cartago conservadora y religiosa, sería el de convertirse en sacerdote, sin embargo, recuerda claramente que fue en un día de agosto de 1966 y a un año de terminar el colegio, que sintió el llamado de ser médico.

Hijo de Humberto Hernández Piedra, un abogado y Anita Gómez Monge, dedicada a la agricultura, vivió en Cartago hasta los 20 años en un hogar rodeado de mujeres, pues fue el único varón entre cuatro hermanas, ya que su hermano mayor falleció siendo niño.

Hernández recordó que sus primeros años los pasó entre cafetales y vacas, y aseguró que eso marcó su vida.

Aunque nunca le pasó un accidente típico de las travesuras que ve a diario llegar al hospital, si se llevó sus buenos golpes pues le encantaba pasar subido en los árboles y más de una vez fue a dar al suelo.

Su época estudiantil en el Colegio Saint Francis de Moravia, la recordó como una de las mejores etapas de su vida, donde hizo duraderas amistades y aprendió lecciones que marcaron su futuro.

Hernández confesó que durante sus años mozos también disfrutó del ciclismo como ejercicio y a nivel competitivo. Hoy aunque aun no ha guardado la “bici”, prefiere las caminatas largas y tranquilas por las montañas de Tarbaca en donde tiene una propiedad o la subida del Cerro Chirripó, una meta que se propone todos los años y que justamente tenía planeado emprender hoy.

Al igual que durante su infancia, ahora también vive rodeado de mujeres, pues además de muchas hermanas, la vida también le dio cinco hijas.

Amante de la música clásica y los boleros, contó que junto a sus hijas se hicieron un rinconcito para compartir en familia y cantar karaoke a gusto, allá en medio de la montaña donde nadie critica y todos aplauden cuando entona los temas de José Luis Perales, su favorito.

De momento no piensa en su retiro, pero sí dijo que se ve en una finca, dedicado a los nietos, escribiendo algunas etapas de su vida personal y profesional y completar un cuaderno de vida que empezó hace muchos años y que le daría vida a un libro también inconcluso al que llamó “Memorias de un adolescente”.