La FIFA obligó a Costa Rica a establecer los montos para que un club pueda cobrarle a otro los derechos de formación. Una normativa que hace justicia a los equipos chicos que, sin chequera para comprar, apuestan a producir sus propios talentos… Solo que ahora corren el riesgo de que en el mar de la oferta y la demanda caigan los tiburones y hagan su agosto futbolero.
Pues resulta que a esos pequeños equipos, semilleros de promesas, están llegando los padres con cartas para renunciar a los derechos de formación. Vienen de la otra acera, enviados por los dirigentes de chequera, que incapaces de esperar por el fruto de sus ligas menores, quieren nutrirse con los hijos de lo ajeno. Los papás, en ese afán por ver a sus retoños en la gran vitrina del futbol, se comen el cuento de los glotones: “Es que a su hijo le están cerrando las puertas del futuro”- le dicen cuando va a contar que el equipo formador no quiso renunciar a un derecho bien ganado, tras varios años de apuesta por el talento del menor. Como el derecho de formación no ha sido reconocido aún como un derecho laboral, y por lo tanto declarado irrenunciable, los “vivillos” encontraron la puerta perfecta para evadir esos incómodos pagos a favor de quienes sí abonaron la planta del talento, con paciencia, con viajes en autobús, con rifas de un una canasta de víveres, con el apoyo incondicional de esos “tatas” que renunciaron a sus sábados y domingos. Ahora, a las puertas de conseguir sus sueños y el de sus pequeños, los padres son usados de carnada. Los ponen en contra de quienes formaron a sus hijos, fomentando la idea de que al no firmar la carta de la libertad los condenan a enterrar sus anhelos de jugar en Primera. Al final, prefieren pagar por un viejo desconocido, más efectivo que Messi en el mundo virtual, pero ridículamente inofensivo cuando se pone los tacos y el entrenador tiene la valentía de mandarlo a la cancha.