El avión toca suelo, por el altavoz, la sobrecargo lanza el mensaje: ¡Bienvenidos a Santa Cruz de la Sierra, hora local, 2:00 a.m. ¡La aventura apenas se inicia!
Primera estación, la oficina de Migración, fila interminable, pocas casetillas, espera de rutina... pasaporte de ingreso sellado, luego revisión de equipaje ¡A mano!, nada de máquinas de rayos X, jóvenes, (muy jóvenes por cierto), enfundados con sus trajes de soldado meten mano en las maletas y revisan que el visitante llegue limpio.
Estación superada; se abren las puertas y una muchedumbre espera ansiosa a los turistas, entre ellos la selección de Costa Rica. Primera noticia, la ciudad está en paro, ningún autobús puede circular, sólo taxis, “al mal tiempo, buena cara”: Señores a meter el maletín en la cajuela y directo al hotel, sin “María”, a pulso, costo del viaje 10 dólares.
Que la ciudad esté en paro no sorprende, en Costa Rica las huelgas son pan de cada día y no extraña. Lo que sí llamó la atención fue que pese a la magnitud del hecho, al menos dejan que los taxis circulen y el propio gobierno pone camiones a disposición de la gente para que puedan llegar a sus trabajos. Lo bueno, dicen acá, es que sin buses ni “micros”, las presas desaparecen porque en un día normal, el caos vial se impone de arriba a bajo... ¿Suena familiar?
Y es ahí donde aparece el presidente Evo Morales, mal querido en esta ciudad porque no gobierna para todos y le atribuyen que quiera convertir a Bolivia en una “pequeña Cuba”. Sus medidas no gustan y cada vez que anuncia un cambio, le devuelven la “cortesía” con un paro general.
Y como al que no quiere caldo le recetan dos tazas, el hombre apunta a la reelección.
Ya lleva siete años encima y quiere cinco más. Mientras ello ocurre, el boliviano, de sonrisa plena sale a la calle a ganarse la vida en Santa Cruz, la ciudad más productiva de un país cargado de contrastes donde Evo, los paros y las presas son noticia.
