El fútbol se juega con la cabeza, como se ha reiterado hasta el cansancio, sin ser, por ello, cansado decirlo. Aquí cabeza hace oficio de tropo literario, pues se refiere a la razón o a la inteligencia.
El fútbol, entonces, se juega con los pies y con la cabeza (entendida esta como la parte superior del cuerpo), pero si no funciona la cabeza, entendida como inteligencia o razón, de poco sirven los pies.
Este no es un juego de palabras. Debe ser la primera lección para entender en qué consiste el fútbol que los jugadores deben asimilar y poner en práctica.
El fútbol consiste en la relación –en ese orden- entre la inteligencia y el músculo. Si la inteligencia no guía el músculo, vienen los disparates, eso que los entendidos llaman errores mentales, por ejemplo, servicios del balón a lo loco, malas coberturas, falta del sentido de anticipación y de visión de conjunto o el trance tan corriente de un delantero que se enfrenta al portero y le lanza el balón al cuerpo…
Eso, tan elemental, es aplicable, a los defensas, cuyo deber es no cometer errores, causa inapelable de un gol. Estos errores se llaman incapacidad de anticipación, reacciones tardías, deficiente visión periférica y otras, tan comunes en el fútbol nacional, las cuales, por sus efectos, dan al traste con el esfuerzo del resto del equipo. ¿Para qué más ejemplos? Basta observar los tres partidos de la selección Sub-20 en Colombia. La lentitud mental al lado del nerviosismo y de la inseguridad. Un gran reto para el futuro en nuestros equipos de primera división y hasta en nuestras selecciones.
Desde este punto de vista, no se le exige hoy a nuestra selección un triunfo en Colombia, sino verificar su capacidad de asimilación de las lecciones aprendidas con base en tantos errores cometidos. Esto es parte principal de un proceso bien llevado.
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