Su pasión por la vida nocturna, las fiestas de lunes a viernes que organiza en su mansión valorada en 11 millones de dólares (más de ¢5.597 millones), ubicada en un exclusivo suburbio al oeste de Rio de Janeiro, le han pasado la factura a Ronaldinho no solo en los terrenos de juego.
Sus vecinos, cansados de tanto ruido y la pasarela de personas que entran y salen de la lujosa residencia del futbolista, se organizaron recientemente para realizar una campaña buscando despacharlo del lugar.
El vecindario, considerado un oasis de tranquilidad, se queda en silencio a eso de las 6 a.m., hora en que por lo general llegan a su fin las pachangas de “Dinho”.
“Me gusta la música, el ruido y tener una montaña de gente en la casa”, afirmó el futbolista cuando se confirmó su traspaso al Flamengo.
Y es que se dice incluso, que las legendarias juergas que monta el “10” carioca desde que estaba en Barcelona o el Milán, tienen ciertas reglas para los invitados.
Siempre tiene que haber cinco mujeres por cada hombre, y las cámaras fotográficas y teléfonos celulares son decomisados en la entrada por uno de los 12 guardaespaldas, para que no quede registrado lo que en ellas ocurre.
En el Flamengo, para tratar de evitar los persistentes festejos del jugador, habían creado el “Disque-Dentuço” (Marque-Dientudo), una línea telefónica especial para denunciar sus fiestas.
“Todo nos preocupa, pues pagamos caro (por el jugador)”, dijo en su momento la presidenta del “Fla”, Patricia Amorim, porque actualmente no lo critican por ese comportamiento.
“Ya no se le critican sus fiestas”
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