Opinión

Edgar Fonseca, director de Al Día

efonseca@aldia.co.cr

La justicia estadounidense es implacable.

Al exempresario Minor Vargas le acaban de aplicar una pena mayúscula por un fraude. En Costa Rica, por el contrario, políticos corruptos se salvan con sentencias “light”.

¿Por qué impacta la condena?

Causa revuelo por la tragedia personal que le significa a Vargas: pasar el resto de sus días tras las rejas en otro país.

O por el daño causado a miles de inversionistas, muchos ancianos, que vieron esfumarse, en el gancho de aquellas inversiones, los ahorros de sus vidas y con ello su estabilidad personal, emocional, social.

Y, por el poco arrepentimiento mostrado por el acusado, lo cual fue tomado muy en cuenta por la autoridad judicial. “Estoy convencido de que usted no tiene respeto por las víctimas ni conciencia de su delito”, fulminó el juez John Gibney Jr.

Impacta, además, por ser un estrado extranjero el que mete el dedo en la llaga de los de negocios irregulares en los que han andado algunos dirigentes deportivos ticos. Lo de Vargas es la punta del iceberg.

El propio presidente de la Federación de Fútbol, Eduardo Li, y el presidente de Unafut, Osvaldo Pandolfo, reconocen, preocupados, el precedente con alguien que llegó a manejar un emporio de negocios con conocimiento de otros dirigentes, de municipalidades y asociaciones que ni por un atisbo cuestionaron los menjurjes que se les ofrecían. Y se ataron a acuerdos y arreglos, a ese castillo de naipes que, en lo que concierne a Costa Rica sigue lejos de esclarecimiento, contrario a EE.UU., donde, en menos de dos años, investigaron y sentenciaron.

Igual cayó el presidente de Limón. Igual han aparecido otros dizque empresarios con misteriosas inversiones.

Por eso y más, la sentencia a Vargas es una lección para toda esa dirigencia, para que abra los ojos, abra sus arcas, revisen sus cuentas, investiguen y expulsen a quienes se les arriman, cada nada, con controversiales proposiciones y negocios.