Opinión

Julio Rodríguez B

Periodista

Cayó el telón sobre otro campeonato. Alajuela, bajo la batuta de Óscar Ramírez, conquistó su tercer campeonato continuo con todos los honores, a pesar de estar, por razones de fuerza mayor, en los dos partidos finales, en inferioridad de condiciones físicas y técnicas. Doble mérito.

La Liga, con todo, debe poner atención a la excesiva violencia en el juego principalmente de cara a confrontaciones internacionales, con equipos técnicamente superiores, y en partidos dirigidos por árbitros con autoridad, experiencia y carácter. El árbitro Jeffrey Solís desentonó por todo lo contrario. Mostró 8 tarjetas amarillas y, en la agonía del partido, una roja que, al parecer, se le había perdido. En general, estas son dos dimensiones del futbol nacional que requieren estudio y corrección. La mayoría de nuestros árbitros son inconsistentes y medrosos. Pasa el tiempo y la mejoría no es palpable. Otros países del área nos están superando.

La violencia o fuerza excesiva en los juegos debe contenerse, pues también acarrea consecuencias en el orden internacional y en punto a la calidad y superación del fútbol nacional. Nuestro fútbol debe retornar al juego asociado (por la cercanía física de los jugadores) y coordinado (por el entrelazamiento técnico del juego), esencia de este deporte. Por la inaplicación de estas condiciones o virtudes, prevalece ahora, en la mayor parte de los partidos, además de la fuerza física, el pelotazo potreril.

El Herediano escribió otra final lacrimosa. Quizá esta fue la más dolorosa por la buena andadura de Jafet Soto desde que tomó las riendas del equipo. Su falla: el equipo perdió el estilo inicial -asociación- bajo su mano. Prefirió la táctica del pelotazo en los últimos partidos, teniendo buenos jugadores para un fútbol más refinado. Su preferencia por Núñez, lento, oculto y desganado, en vez del eficaz y fogoso Barbosa, le costó muy caro en los dos partidos finales.