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Algunos apuntes particulares de esta tierra.
Pregunté por pulperías y me mandaron a lugares que tenían más cara de soda.
Lo que yo buscaba, en realdiad, era una tienda. Un establecimiento donde venden productos de primera necesidad. En algunos, se puede comprar comida preparada, muy sencilla. Sí existen las tienda nuestras, pero son almacenes o tiendas de ropa.
Si no se fija, en vez de un desodorante, que era lo que yo buscaba, puede salir comiéndose una pupusa.
Las cantinas son las licoreras nuestras, donde se compra una botella o una cerveza. Son para la pura clase trabajadora, la más humilde. En la mayoría de ellas, no hay cocina. Lo interesante es que muchas conservan aún la tradición de dar un limón, como boca, para acompañar al paladar.
Hace años, dijo un colega tico, así era en Costa Rica, pero si tiene suerte, en El Salvador le ofrecen un jocote para acompañar la bebida.
Las carreteras están correctamente demarcadas y en perfecto estado, pero las señales de ubicación son pésimas o no existen.
Ayer que íbamos para Sonsonate, comprobamos las pocas señales que muestran por qué pueblo íbamos o cuando las había, no indicaban el kilometraje que faltaba para llegar al destino. Hasta el chofer dudó.
Un turista tiene que ir con guía o con un GPS, porque si no se pierde. En ese caso, debe ir con doña paciencia y Míster Tiempo.
“Y antes era peor”, dijo Milton, colega cuscatleco.
Pensé que el gallo pinto, (casamiento aquí) era común por estos lados, pero no es la primera, ni la segunda, ni la tercera opción en un desayuno. Se nombra más al pinto nuestro, el colombiano. Ese, sí les apetece, para el viernes.
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