Opinión

Ana Coralia Fernández, periodista

Los chinos vinieron y en el tiempo prometido nos hicieron la imponente “Joya” en La Sabana.

Ahí en el barrio Don Bosco, descansaban sobre literas que se ocupaban a tres turnos y como hormigas anaranjadas iban y venían, concentrados y metódicos hasta culminar la obra magna.

Mientras tanto, y en el mismo lapso, al mejor estilo tico armamos y desarmamos el famoso puente de “la platina”, cerramos el paso, congestionamos la pista, hicimos de la estructura la noticia del año, cuestionamos funciones y funcionarios, nos alegramos de haberlo medio arreglado y nos espantamos al ver que a dos días de reinaugurado, ya se hablaba de volverlo a cerrar por problemas en las reparaciones.

¿Y si los chinos hubieran metido mano en el dichoso puente sobre el Virilla?

¡Seguro tendríamos una estructura poderosa de unos ocho carriles perfectamente demarcados (si no nos hubiera tocado a nosotros como con la cancha del Nacional), con un diseño ultramoderno, con una vida útil de unos 80 años, y con previstas para las insospechadas necesidades futuras!

Claro está que no somos chinos, pero cabría preguntarse: ¿quién tomó los apuntes de cómo y por qué logran lo que se proponen sin chistar?

¿Alguien se detuvo a conocer el método, el diagrama de flujo, la distribución de turnos y tareas?

¿Alguien preguntó si además de darnos el gran pez de La Sabana, pudieron habernos enseñado a pescar?

Nos dedicamos a recibir el obsequio y a festejar a lo grande lo que nada nos costó, esto, si fuera verdad “que no hay estadio gratis”, pero… ¿podríamos replicar la escuela que durante un año se posó ante nuestra narices para construir hospitales, carreteras y caminos optimizando el esfuerzo, el talento y el reloj?

Para la próxima, que alguien por favor tome nota del secreto, pues más nos valdría aprenderles a los chinos el amor por el trabajo, que brillar con luz prestada como la Luna entre los brincoteos del “chiqui chiqui” y los cantos de Shakira.