Ni el más osado charlatán-adivino, de esos que pululan en nuestro país a lo largo del año y, sobre todo, con el año nuevo, habría acertado lo ocurrido en la etapa final del campeonato de verano, el domingo anterior.
¿Quién podría anticipar, con seriedad, que el C.S. Herediano clasificaría con todos los honores en esta oportunidad y quién pudo prever que este mismo equipo sucumbiría ante la Liga, hace dos años, faltando solo un minuto para el término del partido?
¿No se nos escapó la participación en el Mundial pasado por un gol agónico de los Estados Unidos?
Quizá el punto más extraño en este azar futbolístico sea -¿cómo llamarla?- la mala fortuna del C.S. Cartaginés, que ya data de varias décadas, y que lo ha probado todo: desde análisis científicos hasta la presencia de un brujo o, mejor, de una bruja días antes de los partidos finales.
Lo del domingo pasado (derrota en Limón) rebasa, de nuevo, toda medida.
Se ha convertido en un problema nacional, sin que haya respuesta alguna valedera para explicar tanta calamidad de los brumosos.
Nadie sabe qué equipo será el campeón, aunque son dignos de destacar dos hechos: el esfuerzo sostenido de Pérez Zeledón, pese a no contar con las ventajas financieras y la tradición de otros.
Su director técnico ha demostrado talento. En segundo lugar, el salto cualitativo observado en este campeonato por jugadores y entrenadores, según expresé en una columna anterior. Es preciso recoger esta buena cosecha para no sucumbir, otra vez, en los brazos de la rutina.
El secreto está en la ética, en el pensamiento crítico y en la necesidad de arrancar de raíz la maleza –de ciertas prácticas, conductas y dirigentes- que ha aparecido en algunos equipos. Vale la pena.
