El Mundial Sub-17 de Nigeria, en el 2009, quedó grabado de por vida en su memoria, no por la alegría de haber debutado en un torneo de esta magnitud, sino por la amargura de toparse y conocer la pobreza extrema.
“Los niños se lanzaban sobre el autobús que nos transportaba y no nos pedían bolas, camisetas o zapatos de fútbol, nos suplicaban que les diéramos agua y comida” , recordó Yeltsin con la voz entre cortada.
Esto se repetía cada vez que el grupo salía o volvía al hotel, situado en medio de la nada.
“Era muy crudo, porque el bus transitaba muy lento debido a que la calle era muy angosta. Los niños golpeaban las ventanas, estaban desesperados”, expresó el muchacho en su casa, la cual comparte con sus hermanos Josimar y Dylan.
La delegación tica se sentía mal porque dentro del hotel y, como miembros de una selección, no les faltaba nada.
“Yo tenía alguna referencia sobre estas calamidades que afectan al Africa. Sin embargo, al salir del hotel era cuando uno, realmente, tomaba conciencia de esta gran tragedia”, dijo Yeltsin.
La miseria extrema estaba ahí. Lo único que podía hacer era agradecerle a Dios constantemente, “por todo lo que me había dado”.
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