La noche del sábado en el Estadio Nacional nos devolvió el sentido humano (solidario y familiar) del fútbol. El balompié es mucho más que una empresa, diversión, espectáculo u organización.
Es, en la práctica, la aplicación y vivencia de tres dimensiones humanas básicas: la creatividad (libertad) del jugador, la asociación o solidaridad de los jugadores y el sometimiento a un conjunto de normas. Requiere, al mismo tiempo, la presencia de los espectadores, que disfrutan del juego. Esta es su dimensión social. El estadio es un lugar de reunión familiar y cultural.
Esta es una pintura utópica del fútbol que la violencia y el irrespeto han venido, contaminando y asediando.
Nuestro país demostró, el sábado pasado, que todavía es posible recuperar esos valores humanos del fútbol. Me refiero a este deporte como instrumento de solidaridad humana (“90 minutos por la vida”) y, al mismo tiempo, como manifestación plena de respeto de los jugadores entre sí y de todos los aficionados, con el valor familiar como centro de inspiración.
El fútbol costarricense escenificó, el sábado anterior, un acto memorable y, en medio de su estrechez económica, o quizá por ello, le dio un ejemplo al mundo.
No hay razón alguna para degradar tan bello deporte. Y existen todas las razones para fortalecerlo y salvarlo de la corrupción, de la prepotencia y de las inhumanas barras, desaguadero de la incultura y de la violencia interna.
Así, el fútbol puede convertirse en un punto de encuentro del ser humano con la vida, con la familia y con los valores del “juego limpio”.
Mediten nuestros dirigentes en lo vivido y realizado el sábado anterior y, sobre todo, en el oasis y regalo de alegría y decencia que el fútbol nos proporcionó generosamente a todos. En verdad, vale la pena.
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