Su infancia estuvo ligada a un balón y junto a ese fiel compañero decidió decir adiós.
El jueves se despidió, disfrutó con sus amigos y a mi mente llegó la imagen de aquel chiquillo potente, fuerte, hábil, encarador, con buen remate y del que siempre se dijo, llegaría muy lejos en el fútbol.
Una vez, conversando con Francisco el “Pacho” Maturana, me expresó: “ese es un jugadorazo. He estado en muchos equipos y no he visto a nadie como él. Va a ser mejor que Paulo Wanchope”, dijo.
En ese entonces, Paulo era el abanderado de nuestro balompié y brillaba en la Liga Premier de Inglaterra.
Maturana miraba cómo Froylán corría alrededor de la gramilla del Estadio Nacional.
El técnico colombiano no se convirtió en profeta, quizá por la insolencia con que Ledezma encarriló su carrera, propia de la juventud.
El “güila” al que llamaron “Cachorro” salió de La Peregrina, en La Uruca, para jugar en la Liga y luego partió a Europa, pero no fue la estrella que todos mencionaron.
Sus problemas fuera de la cancha impidieron que llegara a estar en la élite mundial, porque dentro de ella, Froylán demostró que condiciones le sobraban.
Como dijo Maturana, fue un jugadorazo, tanto que el Barcelona se fijó en él.
Ledezma se despidió y más allá de sus encontronazos con la prensa, hay que reconocerle sus dotes, pero sobre todo algo que pocos conocemos.
Froylán donó la taquilla del juego de despedida a dos causas de beneficiencia. Cualquiera dirá: ‘él tiene plata’. Pero el dinero no le sobra a nadie.
Bien por el gesto de Froylán y según me comentan, no es la primera vez que se mete la mano en la bolsa para ayudar.
De repente, Ledezma se encontró con una jubilación que no quería, pero se marchó sonriente y haciendo felices a otros.