Antonio Alfaro, editor

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Queridos amigos: digan que Mourinho cae mal, que Cristiano también, tan “vedette” que no puede despeinarse, que Pepe (con poco reprochable ayer) tiene vocación de carnicero, leñador y hasta sicario futbolístico.

Digan que el Barcelona es el mejor del planeta (quizás sí lo es), del Sistema Solar y de la Vía Láctea, pero después de todos los desahogos y una alka seltzer (en caso de ser necesario), deténganse en el técnico Guardiola.

Muy señor, inició la conferencia de prensa con un “felicito al Real Madrid”.

No sean buchones. Ya era hora de una alegría para los simpatizantes del cuadro engrandecido por Di Stéfano, Puskas, Gento, la “Quinta del Buitre”, Hugo Sánchez (espectacular jugador; insoportable técnico), Ronaldo (el brasileño), Zidane y hoy Cristiano, con todo y sus “delicadezas”, los guiños, las celebraciones a lo “yo me amo”.

Dirán algunos, como otras veces, que ganó el antifútbol, la mezquindad táctica o la defensa a ultranza.

Dirán que el Barcelona tuvo la pelota. Dirán… y dirán, olvidando que jugar bien sin el balón es una labor titánica, que exige corazón, piernas y cabeza. Un despiste, una concesión al cansancio, un renglón del guión olvidado será bien aprovechado por la picardía de Messi, la magistral técnica para el pase de Xavi, o el desequilibrio de Iniesta.

Y precisamente porque el Barcelona es grande; grande es la victoria del Real.

Ayer ganó el fútbol con la supremacía puesta en duda. Incluso ganó el aficionado del Barcelona: ahora le sabrá mejor la próxima vez que la victoria sea azulgrana.

Tranquilos, no es tan grave. Se los dice un humilde aficionado al Real Madrid, quien el miércoles tendrá otra batalla ante el Bayern; un día antes, el Barcelona intentará resucitar contra el Chelsea.