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Como si hubiésemos sido bautizados en la Cibeles de Madrid o la Catedral de la Sagrada Familia en Barcelona, en los últimos días los ticos enfundamos, defendimos, vitoreamos, las causas del Real Madrid y el Barcelona, con una pasión nunca antes vista por este mortal en duelos internacionales, tan encarnada como en un Liga-Saprissa, con más división que “la Alianza” parlamentaria para el venidero 1 de mayo.
Fueron y vinieron las condolencias alevosas tras el clásico español; los más irónicos pésames con el penal errado por Messi y la eliminación del Barcelona en la “Champions”; las facturas cobradas sin tardanza, con el frustrado sueño del Real Madrid, para delicia de las revanchas, también con penal fallado por la estrella, Cristiano Ronaldo.
El ¡tome! y el ¡qué rico! fueron restregados aquí y allá, incluyendo la redacción de Al Día, donde todos nos quitamos de encima, algunos casi como un desahogo, la sotana de la obligada imparcialidad vestida por años. El animal que llevamos dentro, ese aficionado que no muere pero es sosegado cuando se trata de coberturas nacionales, se dio gusto.
Una vez pasado el luto compartido, exagerado y hasta ridículo (a los ojos de quien no sea tan futbolero), todo volvía a la normalidad cuando al genio de uno de los estilos más atractivos que ha visto el fútbol en 149 años se le ocurrió anunciar su partida.
Para Guardiola, una jugada inteligente; para el Barcelona, una pérdida; para el Real Madrid, una victoria.
Volvieron entonces los dimes y diretes, los temores de unos, las esperanzas de otros, los vaticinios, los campeonatos jugados en el plano de lo hipotético... ¡volvió la pasión!
Hermosa pasión, al final de cuentas compartida por todos. Venga ese apretón de manos. ¡Qué viva el buen fútbol! ¡Y que siga la fiesta!
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