Más allá de las adversidad y el llanto, del sacrificio familiar, de las críticas de prensa e instituciones, Gabriela Traña prefiere aprender lecciones.
Así fue el 2011, una montaña rusa, con cúspides y abismos, pero con una sola convicción, mejorar.
Su clasificación a la maratón de los Juegos Olímpicos de Londres, en la maratón de Berlín, costó sangre y sudor, cuatro horas más de entrenamiento semanal, 20 de kilometraje, más sesiones de gimnasio y menos horas con su madre, hermanas, amigos.
Y tuvo sus momentos duros, como la maratón de París, donde llegó a sentirse frustrada.
“Entrenamos similar para cuando competimos en Berlín (donde logró la marca), pero cuando vi el 2:43 fue frustrante, porque había trabajado para mejorar entre tres y cuatro minutos y apenas lo hice en 20 segundos. Además fui décima primera. Si llegaba de décima clasificaba automáticamente. Esos golpecitos dan fuerza”.
Tampoco la tuvo fácil en la maratón de los Panamericanos en Guadalajara, donde registró más de tres horas.
“No se hizo el descanso adecuado. Corrí el riesgo y el cuerpo no pudo responder”, confiesa Traña.
Fue su entrenador Juan Carlos Vega, quien la sostuvo. “Él me hace ver el panorama, pone en perspectiva los comentarios de la gente, de la prensa, pero que siempre existen otras posibilidades”.
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