Opinión

Julio Rodríguez B., periodista

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El partido con la selección salvadoreña es decisivo. Nuestra actitud, entonces, debe fundarse en la razón y el análisis de los hechos. De nada vale cantar victoria antes de tiempo, menospreciar al adversario o repasar triunfos pasados. Algunos hechos: la selección salvadoreña nos ha dejado fuera en dos campeonatos mundiales y en el primero de esta serie nos empató tras ir ganando Costa Rica dos a cero. El equipo salvadoreño es aguerrido y constante, y sabe que la velocidad y la presión en media cancha es nuestro talón de Aquiles, lo cual exige una reacción inteligente de nuestra parte. Esta reacción tendrá lugar en un estadio y un ambiente colmados de emoción, lo que da lugar a la comisión de graves errores en nuestros jugadores. Así lo prueba la historia. Este ambiente será nuestro principal adversario, que afectará a nuestros jugadores, pero también al árbitro, principal actor en un partido que se desarrollará en un país cargado de violencia, en el que las amenazas y las venganzas desempeñan un papel importante, más tratándose de un partido determinante, en un país necesitado de triunfos. No es mi intención herir la susceptibilidad de los salvadoreños. Es un hecho real y los propios salvadoreños lo saben. El futbol se desarrolla en un escenario psicológico, donde la cultura tiene una función decisiva. Por lo tanto, la preparación de los jugadores no se circunscribe a la dimensión táctica o técnica. En este campo el espíritu de lucha debe combinarse con la razón y la prudencia, y el anhelo de victoria armonizar con el dominio de sí mismo, a fin de no caer en la trampa de los errores mentales o del desánimo. Y, pase lo que pase, es preciso tener en cuenta siempre que se trata de una justa deportiva y no de un combate. La historia sigue su marcha regida por los valores esenciales.