Redactor
Alajuela. Cuando Alajuelense y Saprissa se ven las caras, basta la mínima chispa para que se desate una hoguera.
Un mal gesto es capaz de detonar una bomba y provocar un zafarrancho insostenible.
El rencor es tal que la celebración de unos, pica a los otros y la gradería explota.
Justamente eso sucedió ayer en el Alejandro Morera Soto.
Apenas acabó el clásico, se armó un polvorín entre futbolistas de ambos equipos, que con empujones y ofensas incluídas recordaron que entre ellos la guerra está declarada.
En medio de ello, el defensor Douglas Sequeira recibió una pedrada lanzada de la tribuna que lo impactó en la garanta y lo dejó tendido en el césped.
Pasaron minutos para que la situación se controlara, cuando por fin se apagó, era tarde, la imagen ya estaba manchada.
Sólo faltó sangre para que aquello rompiera cualquier límite imaginable.
¡Con los ojos morados!
Un partido más entre liguistas y saprissistas que termina picado, agitado, caliente y cargado de controversia.
Lo más irónico de todo es que el duelo no estuvo tan efervescente como para desatar el pleito suscitado, sino que los ánimos se caldearon cuando la historia ya estaba escrita en la cancha.
Una historia que se tiñó de morado y blanco, porque Saprissa le dio una estocada mortal a su eterno contrincante, que no para de enviar señales de fragilidad.
Ayer en su campo Alajuelense no pudo sostener la ventaja inicial que gestó con el gol de Pablo Gabas al minuto 21.
Ni tampoco pudo ser aquel león feroz que acorrala a su presa y la liquida.
El peso del juego no lo llevaron ni Gabas, ni el brasileño Everton Cezar, quienes eran los encargados de mover los hilos de su equipo rojinegro.
Menos Armando Alonso, quien pese al empuje de la afición que antes lo odiaba, hizo un juego discretísimo y flojo.
El partido se le hizo tan largo a la Liga -especialmente en el segundo tiempo- que cuando intentó despertar ya tenía dos tantos adentro.
La primera herida la recibió en un tiro de esquina al filo del primer tiempo cuando Jorge Davis desvió el esférico en su propio arco, tras un amague de cabeceo de Douglas Sequeira.
Y la segunda y definitiva la sufrió cuando el juvenil Mínor Escoe sentenció de puntazo el 2-1 a 14 minutos del final.
La virtud de la “S” fue que no se desesperó al verse abajo en la pizarra, dejó que Centeno -el más silbado en el Morera- controlara la pelota y jugara a sus anchas.
Además hizo que Luis Diego Cordero cansara a los defensores y que Jorge Alejandro Castro no dejara de batallar en la zona ofesiva. Él fue quien le sirvió la pelota a Escoe, para que definiera el juego que todos quieren ganar y nadie quiere perder.
El clásico dejará secuelas, aparte de las sanciones por los actos violentos, lo deportivo ya está a la vista, la sonada derrota hunde a la Liga en la antepenúltima casilla a 13 puntos del liderato general, y le machaca una autoestima que de por sí ya venía golpeada en el torneo Verano.
Por el contrario, al Saprissa le infla el orgullo y le quita la loza de concreto que cargaba tras 7 partidos sin vencer a su enconado oponente. Hoy el Monstruo amanece con otro semblante y el León con los ojos morados.
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