Tibás.- Capaz de poner de pie a los saprissistas, esta vez curiosamente por anotarle un gol al equipo que lleva en la sangre. Quien más que Wálter Centeno...
“Paté” dijo adiós con gol, como lo suelen soñarlo quienes dibujan sus últimos trazos en el pasto.
Un remate desde afuera del área al minuto 17 recordó el porqué ser figura era su rol principal. Víctor Bolivar voló y nunca llegó. Golazo que celebró por parejo el público presente.
“No se va, no se va, “Paté” no se va”, de inmediato, el cántico salió de la tribuna sur y encontró eco en el resto del estadio.
Anoche, los feligreses morados se reunieron en su “cueva” para corear su nombre, despedirlo entre vítores, aplausos y ovaciones. Y él, como acostumbró hacerlo, les llenó el ojo. Primero vistió la 10 de la “Sele” y luego la 8 de la “S”, su doble faceta.
En las venas
En sí, el juego de despedida fue un puñado de anécdotas.
El reencuentro en el zacate de una generación brillante que clasificó a Costa Rica a dos mundiales seguidos (2002 y 2006), más otros hombres que sin el éxito de sus compañeros sudaron la camiseta tricolor.
Unos con canas, otros más “rellenos” y con menos cabello, pero con el fútbol en las venas.
Los exmundialistas se tomaron tan en serio el juego que hasta ruborizaron a los hombres vestidos de morado. Especialmente en el primer tiempo.
Un toque por aquí, otro por allá, colmillo al cuidar y pasar el balón...la clase no la perdieron.
Wilmer López desempolvó su talento, Paulo Wanchope la gambeta, Rolando Fonseca la finta y Luis Marín la sangre fría. Hasta Rónald Gómez con unos “kilitos” de más recordó sus travesuras con la pierna zurda.
Esos hombres despertaron nostalgia, ya que recordaron los mejores momentos de una “Sele” venida a menos en los últimos tiempos.
Una nostalgia que contagió al hombre de la noche, el que mostró su parte humana, con el abrazo de sus padres en el centro de la cancha y con lágrimas le habló a la mancha morada.
“Ustedes y yo somos muy parecidos”, dijo micrófono en mano y agregó: “somos ganadores”.
Centeno le tocó el corazón a la afición y ésta le dijo adiós. El momento sublime para el futbolista llegó con el pitazo final.
Uno por uno los jugadores abrazaron al “Paté” en señal inequívoca de hasta siempre y la afición lo arropó con invasión incluida. El “8” deja un legado y un nombre quedó... pate ntizado.
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