¡Arrepentíos! El fin del mundo está cerca. La Torre de Pisa amaneció derecha, hace calor en el Polo Norte, Italia está jugando buen fútbol.
Representante del antifútbol, creadora del “catenaccio”, asesina del espectáculo. Italia. Siempre dispuesta a no permitir gol y ganar hasta en lanzamiento de moneda, Italia hoy no parece Italia.
Incapaz en tiempos recientes de alinear a Del Piero y Totti (demasiado talento junto); acostumbrada a tener como héroe a su portero, así se llame Zenga, Pagliuca o Buffon; mezquina, especuladora, devota de las definiciones por penales, culpable de llevar hasta el manchón blanco los únicos dos Mundiales definidos por tan dramática y a veces injusta vía, esta vez parece dispuesta a redimirse.
Si ante Inglaterra ganó desde los once metros su boleto a semifinales, no fue porque así lo quiso. Italia no espera a su suerte; la busca. Insistente, con 55 remates a marco, once por partido, no hay quien afine tanto puntería, ni la España del tome y deme -con seis remates menos- aunque dueña del fútbol más admirado, como el arte de Picasso, Iniesta o Xavi, dueña de la pelota, capaz de llevarla a punta de pases hasta la línea de gol, a falta de un matador.
Italia, otrora agua fiestas en una final para cualquier amante del buen fútbol, es hoy el mejor retador. Tiene pasta. Y no solo para la pizza.
Igual gana a la ofensiva, como al contraataque, propone como no recuerdo otra. Busco alguna en el tiempo y retrocedo hasta la niñez, aquella de Paolo Rossi, Bruno Conti, Dino Zoff, culpable de derrotar a mi entonces querido Brasil de Zico, Sócrates y Falcao.
La perdono. Hágalo usted también. Encienda sin miedo el televisor. Y si en verdad fuera el fin del mundo, de seguro Dios deja que termine la final.
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