El partido ante El Salvador puede analizarse desde dos puntos de vista: con la anulación del gol, en las postrimerías del juego, por decisión del árbitro, o sin ella o apenas con una referencia a este hecho.
Esta decisión arbitral merece toda la consideración. Se trata de la anulación de un gol justo, en los minutos finales. En segundo lugar, el autor de la anulación fue, en primera instancia, el guardalínea, hermano del árbitro, un caso inusitado. Este indujo al hermano. En tercer lugar, se trata de un partido internacional, en el marco de la etapa clasificatoria, donde todo cuenta. En cuarto lugar, el árbitro es guatemalteco y, como tal, interesado en el resultado del partido. En quinto lugar, los antecedentes del árbitro chapín lo descalificaban para dirigir este partido, como lo expusieron los dirigentes costarricenses.
Dos puntos, de los dichos, son sobresalientes. La anulación carecía de toda base técnica y moral. El árbitro se encontraba a pocos metros del anotador tico (Óscar Rojas) y el hermano del árbitro, el guardalínea, estaba en línea recta, con un panorama de claridad total, el lugar más adecuado, por la falta de interferencia, para apreciar la corrección de la jugada. En síntesis, este tipo de relaciones (familiar, sentimental, laboral etc.) entre un árbitro y un guardalíneas no debe permitirse. A la luz de estas consideraciones, la designación de estos dos hermanos en un partido internacional fue, desde todo punto de vista, sospechosa. Los dirigentes ticos deben ahondar más en este asunto y convertir este hecho en un tema digno de análisis y de rectificación. Estos actos enlodan a la FIFA y el procedimiento arbitral. Por otra parte, jamás debe nuestra dirigencia permitir el arbitraje de ninguno de estos hermanos. No están exentos de culpa. El suyo fue un acto malicioso. El silencio consumaría un hecho inmoral.