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Debería ser pecado. El octavo pecado capital. Después de la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia, después de los siete pecados capitales definidos por el papa San Gregorio Magno (años 540-640 ) debería aparecer el “egoísmo”, el de España con la pelota.
Con el tome, deme, venga, voy, de aquí para allá, de pie a pie, al lado, al frente, atrás, al costado otra vez, le niegan el balón al adversario, reducen el vertiginoso y amenazador fútbol francés a un juego dispar (55% contra 45%, dicen las estadísticas oficiales).
Una España nada arrolladora, sin un Messi, ni siquiera un Villa (lesionado), sin un matador termina matando al toro a punta de ida y venida. Es, en todo caso, como nuestro título de portada, un equipo que hoy poco de la “furia roja”, que dejó de ser toro para convertirse en torero.
La fórmula es tan sencilla, como difícil de imitar. ¡Si no todo el mundo lo haría! (ocho pases buenos de cada diez).
El arte de dejarse la pelota es en España la capacidad de no conservarla en los mismos pies: uno, dos, máximo tres toques, bastan y sobran a esos pequeños magos. Como en el truco de los tres vasos y la pelotita adentro, la mueven, la mueven y la mueven, hasta que en una de tantas el rival no sabe dónde está, mucho menos de dónde salió Xabi a cabecear dentro del área. Cuando encuentran la bolita, está en el fondo de la red.
Y aunque el deleite también puede tener su penitencia. Aunque la afición ya no grite ¡ole! (quedaría afónica y fastidiada después de 90 minutos). Aunque prefiero partidos de marco a marco, con el vértigo que se pierde cuando solo uno uno tiene la pelota y el otro se ve obligado a replegarse, aunque lo de España debería llamarse pecado, confieso padre, que también lo disfruto, y sin mucho arrepentimiento.
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