Editor
Fritos, revueltos, en torta o duros, solos o con jamón, blancos o colorados. De granja o de patio, como sean, pero no pueden faltar. Así en la portada del periódico, en el sartén como en la cancha, en el desayuno o en el crucial partido de fútbol que en 90 minutos pone en juego el ánimo de un país. Indispensables.
Aportan hierro (especialmente la yema), fósforo, potasio y magnesio, vitamina B12, vitamina B1, ácido fólico, vitaminas A, D y E. También deparan puntos en el estadio Cuscatlán.
Dicen que en exceso son malos. ¡Cómo todo!, quizás. Mito o realidad aquello del colesterol, con estudios a favor y en contra, opto por afiliarme a la idea de que nunca sobran, como el coraje y el temple sin perder la cabeza en los partidos de eliminatoria mundialista. ¡Benditos sean!
Gran fuente de proteína, elemento fundamental para reparar células musculares (también puntos perdidos en anteriores compromisos), tampoco pueden echarse encima el menú completo. Un día alcanzan, al otro no.
Con ellos, la “Sele” disimuló carencias, la falta de control de balón cuando ¡otra vez! nos quedamos sin Bryan Ruiz. Con ellos despejaron el peligro, cuando un limitadísimo El Salvador logró acercarse al área tica, y se apretaron los dientes en lugar de tocar y esconder la pelota.
Con ellos aguantaron los golpes de un artero y desesperado rival, escaso de recursos una vez perdida la velocidad en ataque (por la lesión de Burgos y el desgaste de Zelaya), diezmada también la sapiencia en el mediocampo (por la impotencia de Quintanilla). Con ellos nos salvamos de un 2013 rascándonos (el ombligo) frente al televisor mundialista.
Para la hexagonal aparten una docena y medio cartón con más fútbol ofensivo.
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