Editor
Londres.- Somnoliento, cabeceaba en el centro de prensa, escribía a mil costos, se me cerraban los ojos, hasta que no pude con una línea más...
Dormido sobre la mesa, soñé que estaba en Wimbledon, en “la Catedral”. Ahí estaba también “Su Majestad”, no la reina Elizabeth II, sino Federer en persona y el Juan Martín del Potro. Las gradas vacías se llenaron en un parpadeo, el silecio absoluto dio paso a los aplausos y el escenario se fue pintando de colores.
Por caprichoso de los sueños, ni Federer ni Del Potro vestían de blanco, como suele mandar la pulcritud del Grand Slam británico. Uno vestía de rojo, con la banderita suiza en el pecho, y el otro de celeste, con la argentina en el hombro derecho.
Soñé que estaba tan cerca, a dos metros del verde césped, que podía ver las fin´ísimas hojas de zacate, cual alfombre plana como una mesa de billar. Tan cerca que podía ver el polvo pegarse poco a poco en las que al inicio habían sido las impecables medias de Federer. O la gota de sudor en la barba mal hecha de Del Potro. Estaba más cerca que el multimillonario de la informática Bill Gates, el basquetbolista de los Suns, el argentino Luis Scola, y el también estelar de la NBA, Kobe Bryant, sin paz para disfrutar el partido, entre varios pedidos de autógrafos y fotografías.
¡Silencio!
Cuando la pelota pasa de lado a lado hay silencio. Absoluto. Tanto, que el clic clic clic de las cámaras fotográficas parece ruidoso.
El silencio lo rompió Juan Martín, con el 6 a 3 a su favor en el primer set. ¡Come on! (¡vamos! en inglés) -gritó Federer en varias ocasiones, emparejando el enfrentamiento hasta ganar en “tie break” el segundo set. Yo soñé que estaba tan cerca que en una ocasión lo escuché decir “¡allez!” (¡vamos! en francés, nada extraño para un tenista de Suiza, donde se habla alemán, francés, italiano y romanche, según la región).
En el idioma del tenis aquello era un juegazo, extendido a un tercer set en el que ninguno doblaba el brazo. Cuando los errores amenazaban, siempre aparecía algún imparable saque. Soñé que Del Potro pegó uno de 212 kilómetros por hora y que Federer se alió de 24 aces.
El sol radiante se detuvo a verlos sin amenaza de lluvia que obligara a cerrar el techo retráctil. Soñé que el tercer set se extendía. Un “game” lo ganaba uno, al siguiente respondía el otro: 6-6, 7-7, 8-8, 9-9, 10-9 con un quiebre de Federer, 10-10 con un quiebre de Del Potro. 11-11, 12-12, 13-13, 14-14... Parecía interminable. Por momentos tuve ganas de ir al baño, en otras sentí sed, pero por nada del mundo iba a salir de ahí...
Pasaron cuatro horas y 25 minutos, Federer alzó los brazos (19-17 a su favor). ¡Desperté! con la cabeza sobre la mesa y extrañamente con la frente enrojecida por el sol.
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